Limpieza

¡Celebrate good times come on!, es lo primero que Julio escuchó al despertarse, -quizá cambié el tema ayer- fue lo que le pasó por la cabeza, no recordaba que ése fuera su despertador, ni que tuviera temas de Kool and the Gang, buscó la fuente del sonido sin abrir los ojos y apagó la alarma de su teléfono celular, un pequeño y antiguo Nokia plateado de tapa, pese a sus años estaba impecable.  Miró en la pequeña y pixelada pantalla la hora,  las 20:00 horas, tenía los sentidos aún adormecidos y lo que menos le apetecía era levantarse de la cama, se tomó un minuto con los ojos abiertos boca arriba en la oscuridad de su habitación, poco a poco sus ojos fueron captando la tenue luz que se filtraba por la persiana y las sombras que lo rodeaban fueron tomando una forma más familiar, divisó el pequeño mueble que tenía junto a la cama y buscó el vaso con agua que tenía encima.

Después de un trago largo se animó a levantarse, respiró hondo y salió de la cama, el calor era asfixiante. Fue dando tumbos hasta llegar a la puerta, antes de abrirla volvió a respirar hondo y giro el pomo. El pequeño comedor estaba aún iluminado por la luz del sol de verano fijó su vista en la mesa y encontró un plato con comida y un pequeño trozo de papel con una nota:

-“en la cocina hay jugo de manzana para que tomes con tu desayuno cariño también tienes el bocadillo de jamón para que lleves de refrigerio No te olvides que mañana vamos a hacer compras por la tarde, un besito MAMÁ”.

Fue a la cocina a por el vaso de jugo y se sentó a comer la que fue el tardío almuerzo, que a su vez era desayuno, durante toda la semana Julio y su madre se comunicaban por notas ya que sus horarios de trabajo eran diferentes. Al terminar fue a la cocina y lavó las cosas que había utilizado, se dirigió al baño el único pasillo de la casa por el que la luz de la calle quedaba completamente anulada y Julio se preguntaba cómo los arquitectos en su infinita sabiduría no se les había ocurrido poner una bombilla.  Antes de entrar volvió a respirar hondo. Giró la manija y prendió la luz, por un segundo la luz excesiva le dejó ciego, volvió a abrir poco a poco los ojos mientras caminaba hacia el lavatorio -un año viviendo acá y aún no me acostumbro a este baño- dijo en lo que más bien sonó como un gruñido.

Julio tenía apenas 25 años pero ya presentaba una calvicie bastante visible en gran parte de la cabeza, tenía los ojos de color celeste claro, de estatura baja y complexión delgada. Al verse en el espejo notó una vez la barba de los viernes y una vez más pensó apresurada mente que tenía que afeitarse,-¡no puedo ir a trabajar con esa barba!-luego soltó una carcajada amarga.-Si a nadie le va a importar si tienes barba, ¡como si tienes la lepra!- se vio a sí mismo y toda su rabia reflejada en sus ojos, abrió el grifo a máxima potencia y metió la cabeza. La mantuvo así por un buen rato hasta que se sintió limpio de todo pensamiento de rabia o felicidad.

Una vez en su habitación se secó la cabeza, se quitó la ropa mojada y se puso el uniforme de trabajo rápidamente. Preparó su pequeña mochila y luego fue a la cocina, cogió el bocadillo y una manzana, la última que quedaba en el cesto, se acercó a la puerta del cuarto de su madre y dejó una nota. Apagó todas las luces y salió por la puerta, y cerró con llave. Todos sus movimientos eran precisos y autómatas. Bajó por las escaleras y miró la hora en el Nokia, eran las 20:35, la luz del sol y el calor no eran menos intensos, a pesar del calor se dirigió a paso ligero a la parada de autobús. Miró una vez más su Nokia, eran las 20:44 levantó la vista y como siempre a la misma hora, todos los días, el autobús ya se asomaba por la esquina.

El aire acondicionado del autobús estaba bastante alto y se sentía casi como un golpe de aire gélido, pero más que aliviar el calor, daba la sensación de que al bajar de aquél autobús todo el mundo sería un horno encendido.

No había más que cuatro personas en el autobús, Julio buscó el rincón más solitario y se sentó. Transcurrieron no más de veinte minutos y el autobús ya estaba bastante lleno, pero antes de que llegaran a la última estación solo quedaban cuatro personas, todos ellos tenían el mismo uniforme. Antes de doblar la última esquina Julio le echó un vistazo a su Nokia, 21:50.

Los cinco bajaron en la última parada, una zona llena de grandes almacenes industriales y grandes edificios de oficinas empresariales, las calles ya estaban oscuras y desiertas. Todos caminaban juntos pero en silencio, no hubo saludos ni miradas entre ellos, si alguien los hubiese visto creería que eran colegas o algo por el estilo, pero la verdad es que ninguno sabía siquiera el nombre de con quién estaba caminando, era algo que no querían saber.

Su destino era un edificio pequeño de tres plantas, frente a él, estaba aparcada una Renault Berlingo biplaza blanca, el edificio quedaba en la cima de una pequeña pero empinada cuesta. En la puerta del edificio estaba un hombre de mediana edad fumando un cigarrillo y hablando por su teléfono celular, aunque la calle estaba desierta y era bastante silenciosa, el hombre le gritaba a su interlocutor.

El grupo de cinco personas se colocó en silencio frente al hombre y esperaron a que deje de gritarle al pobre diablo que tenía por lo visto “los cojones tan grandes de hacerse el enfermo”, mientras le decía vago y otras cosas, Julio revisó una vez más su Nokia, 22:03 su mirada empezó a inquietarse, pero no dijo nada.

Dos minutos más tardes el hombre de mediana edad tiraba al suelo la colilla con violencia y daba por finalizada la llamada, con un “¡y ya puedes venir el lunes a firmar el finiquito!”. Aquellas palabras flotaron entre el grupo como una serpiente, su tacto los puso a todos en alerta. El hombre los miró como si recién se diese cuenta de que estaban allí parados, los miró por un instante y sin cambiar el gesto les dijo: “hoy les necesito para un trabajito especial”. Luego dio media vuelta y entró en el edificio. El grupo lo siguió a paso ligero pero un poco por detrás. Julio se detuvo un momento a recoger la colilla y tirarla en el cenicero que había justo en la entrada. Se dirigieron directamente al almacén del edifico, en él había todo tipo de productos, desde guantes, botas, mandiles, uniformes, botellas con lejía, detergente, escobillas y muchas cosas más, el olor era una mezcla de limpieza y humedad del propio almacén.

Los hizo coger varios utensilios de limpieza como escobas, estropajos y lejía, les hizo cargarlos en la Berlingo que había aparcada y luego los hizo subir en la parte trasera, salvo una mujer de unos cincuenta años que subió en el asiento del copiloto.

Julio no se había fijado que la mujer estaba con ellos, era un integrante del grupo del autobús, se fijó en el resto de sus compañeros, el resto eran todos varones, del más alto era de origen quizá africano, y otros dos eran asiáticos, se subieron en la parte de atrás de la camioneta sin mediar palabra. El viaje no fue muy largo, pero sintieron que transcurrió una buena distancia, ya que apenas se detuvieron en los semáforos, o eso intuía, puesto que en la parte trasera no tenía ventanas.

Al bajar el hombre de mediana edad, que ya tenía un cigarrillo encendido en la boca, les ordenó que bajaran los utensilios y los llevaran dentro del edificio que tenían delante. Un edificio nuevo de unas diez plantas, Julio se percató que la zona le parecía muy familiar, pero tardó en darse cuenta que estaba en una zona cercana a su casa. Le pareció que podría ser muy conveniente, puesto que al acabar el trabajo podría ir directamente a casa, pero ese pensamiento no duró mucho, puesto que seguramente tendrían que regresar al almacén a dejar nuevamente los artículos que sacaron.

El edificio parecía que era de alguna empresa, una corporación de millones, la sola idea izo que Julio se estremeciera y algo del desayuno le subió por la garganta, pudo sentir el ardor subiendo por su pecho y garganta y los sabores ácidos llenando su boca, pero guardó la compostura. Una vez dentro el hombre de mediana edad que seguía fumando dijo a todos- “tenemos que limpiar todo para mañana, nos organizaremos y lo haremos planta por planta. Si nos organizamos bien al amanecer ya tenemos que estar acabando, como son horas extra, aunque sea de noche, se pagan igual, ¿me han entendido?”, luego sonrió breve mente y se dirigió al cenicero de la entrada del edificio y apagó el cigarrillo.

El edificio estaba completamente vacío, parecía que la obra fue acabada, pero no había sido habitado, todos los ambientes parecían ser el mismo, cualquiera podría perderse con facilidad. El hombre los juntó por parejas y asignó a cada pareja un sector del edificio. La mujer de cincuenta años con el africano, los dos asiáticos juntos y por último Julio con el hombre de mediana edad. Se dirigieron a la zona de escaleras y limpiaron barandillas y ventanas, empezaron desde el piso más alto, no era nada complicado y Julio agradecía no tener que ver ambientes que le recordasen a algo parecido a una oficina, la primera hora fue bastante tranquila, el trabajo transcurrió en silencio y sin inconvenientes, pero llegada la segunda hora, el hombre de mediana edad empezó a encender un cigarrillo tras otro, cosa que Julio no podía tolerar pero tampoco objetar, luego de un rato el hombre se ausentaba a inspeccionar las otras áreas del edificio, allí Julio aprovechaba en retocar las partes que el hombre de mediana edad dejaba a medio limpiar y recogía las cenizas que dejaba por todo el lugar. Para cuando iban por el quinto piso, el hombre llamó a Julio para que tomaran un descanso, se reunieron con el resto en la entrada trasera del edificio, era una especie de patio de concreto sin más atractivo que unos arbustos mal podados, cosa muy extraña, ya que normalmente esa era una zona para carga y descarga.

La gente cogió sus mochilas y comieron, todos mecánicamente movían sus bocas en silencio, todos salvo el hombre de mediana edad al que volvieron a llamar por teléfono, sus conversaciones no parecían muy agradables, lo mismo que sus interlocutores, ya que todos eran “vagos de mierda” y “tontos del culo”. Julio terminó su comida mucho antes que el resto y se dirigió a seguir con su labor, miró su Nokia 02:35, quedaban treinta y cinco minutos de refrigerio, pero los usó para revisar las zonas que sus compañeros habían limpiado, trató de no pensar mucho en los ambientes y sólo ver la suciedad, al principio del registro no encontró fallos, pero sí que le dio algún retoque a alguna zona que no le gustó como estaba limpiada, con movimientos precisos y mecánicos paseó por las habitaciones revisando y limpiando. Cada cierto tiempo revisaba su Nokia para no perder la noción del tiempo, no debía olvidar que su objetivo eran las escaleras y las ventanas: 02:37 el piso diez, 02:41 piso nueve, 02:48 piso ocho en ese momento quiso bajar rápidamente al ambiente donde había dejado el trabajo, pero un mal giro en una de las habitaciones le hizo dudar de dónde estaban las escaleras, 02:50 giró por donde creía que había estado antes ya, 02:52 empezó a correr por las habitaciones que eran la misma, trató de fijarse en la dirección de la luz, pero no podía concentrarse, quería encontrar las escaleras, 02:51 empezó a faltarle el aire, los ojos se le enrojecieron, la cabeza le presionaba y su estómago dio un vuelco violento, retuvo dentro de su boca, el sabor hizo que su estómago diese otro vuelco violento, un poco del bocadillo le salió por la comisura del labio, pero pudo aguantar. En su mente sólo podía escuchar-“siempre lo dejas todo hecho una porquería, que asco que me das”, pero no era su voz la que escuchaba, sino una que recordaba muy bien, una muy desagradable, una que no quería volver a escuchar nunca más.

Respiró hondo e intentó tranquilizarse, sacó una pequeña bolsa de plástico del bolsillo, en la que había envuelto su bocadillo y escupió dentro, poco a poco empezó a sentirse mejor, pero la sensación que tenía en el cuerpo era terrible, era como si toda la sangre del cuerpo fluyese hacia atrás y abandonase sus extremidades. Al rato escuchó pasos acercándose, aún no se encontraba del todo bien, pero trató de guardar la compostura, se dirigió hacia dónde provenía el sonido y vio al africano que se limitó a decir “busca el jefe, que bajes”, Julio dijo un gracias que no salió de sus labios y se dirigió hacia donde estaba el africano, encontró las escaleras y bajó a toda prisa, el Nokia le decía que eran las 03:25.

Esperaba una reprimenda al bajar, la cara del hombre de mediana edad estaba bastante congestionada, en sus ojos se podía ver un disgusto muy profundo, pero se limitó a decir: “coge un bote de lejía, un balde y un estropajo”, Julio obedeció a toda velocidad y al volver vio que el hombre se dirigía a la salida trasera, lo siguió a toda prisa.

Al salir se fijó que había algo que no cuadraba en el paisaje, una mancha oscura y grande en medio de aquel patio, no estaba cuando habían comido, la cara del hombre de mediana edad era una mezcla de asombro y consternación, se limitó a decir: “parece sangre”.

Julio se quedó a solas a limpiar aquella mancha, era espesa y tuvo que volver a por un cepillo porque no salí con facilidad, el hombre encendió un cigarrillo y lo se sentó con la vista perdida en la oscuridad de la madrugada, de rato en rato negaba la cabeza y decía en voz baja: “parece sangre”, al cabo de 3 cigarrillos fumados a toda prisa se levantó y dijo a Julio: “ya vengo voy a ver cómo lo hacen los otros”, una vez que la mancha empezó a desaparecer Julio escuchó un grito y se volvió muy exaltado por él, corrió hacia el edificio y subió rápidamente las escaleras, se encontró con la mujer de cincuenta años que estaba aterrorizada en una esquina. Julio subió tan rápido que no supo hasta que piso había subido.

-¡¿Qué te ha pasado?! ¡¿Estás bien?!-pero la mujer no podía dejar de gritar.

-¡¿Me cago en la puta?! ¡¿Qué le pasa?!-dijo el hombre de mediana edad-¡No sé!, la he escuchado gritar y llegué acá corriendo.

La mujer solo pudo señalar a la esquina, el hombre se acercó y Julio intentó calmarla.

-Tranquila, no te ha pasado nada, no te veo ninguna herida, pero si te ha caído lejía o algo deberás de lavarte con mucha agua, y ya está.-la mujer miró a Julio como si no comprendiese lo que estaba diciendo.

-¡Julio, ven acá ahora!-Julio se incorporó de un salto y se acercó a donde la mujer señalaba hace un momento.

El africano estaba tirado en el suelo, tenía la cabeza abierta y los sesos se esparcían por el suelo,  Julio solo pudo cerrar los ojos y dar la vuelta, cuando se dio cuenta estaba donde estaba arrodillado cerca de la mujer con las manos en la cabeza.

Pasó un buen rato hasta que pudo incorporarse, cogió a la mujer que ya había dejado de gritar y estaba callada y mirando el suelo, la condujo hasta la parte baja del edificio, la sentó en las escaleras, vio lo que parecía un termo y sirvió lo que había dentro. La mujer bebió pero no reaccionaba, se quedó mirando el suelo muy callada, luego de un buen rato bajó el hombre de mediana edad estaba muy pálido y solo pudo decir-“ya llamé a la policía, ya vendrán sólo hay que esperar”, Julio entendió y asintió.

La mujer estaba inmóvil y de vez en cuando daba sorbos a la taza, pero seguía sin poder reaccionar. Pasaron lo que a Julio le pareció una eternidad y luego dijo en voz alta:

-¡Y los otros dos!- no podía creer que no hubiesen escuchado los gritos, era imposible, los había escuchado él desde la parte de afuera del edificio.

-¡Los chinos!, ¡Tienen que haber sido ellos!, ¡Putos chinos!, ¡¿Tú los viste a que sí?! ¡Seguro que nos quieren quitar del medio, están con alguna mafia seguro!- esas palabras no tenían ningún significado para Julio. Al ver su cara el hombre siguió-¡Claro!, ¡Los órganos, nos van a quitar los órganos!

Ambos pensaron que en cualquier caso era mejor esperar a la policía a las afueras del edificio, cogió a la mujer, ésta se dejaba llevar como un niño pequeño, no ofrecía resistencia, simplemente se dejaba llevar.

Bajaron las escaleras el hombre de mediana edad  dijo a Julio que fuera adelantándose, le dio las llaves de la Berlingo y él se quedó con la mujer de mediana edad. Bajó a toda prisa y fue en búsqueda de la Berlingo, pero no estaba en la entrada principal como él recordaba intentó hacer memoria, pero no podía verlo de otra manera, la Berlingo simplemente había desaparecido. Para cuando bajó el hombre de mediana edad con la mujer lo miró con consternación y asombro-y la furgoneta- Julio sólo pudo negar con la cara atónita, no podía creer que nada de eso estuviera pasando.

-De todas maneras es peligroso quedarnos- dijo finalmente el hombre de mediana edad- creo que hay un almacén dentro del edificio, mejor esperar allí, estaremos más seguros con una puerta entre los chinos y nosotros.

Se pusieron en marcha, esta vez era él el que llevaba a la mujer, para intentar que reaccione Julio por fin dijo-“yo solía trabajar en una oficina como ésta, ganaba muchísimo, la empresa era de mi padrastro, pero tuve una fuerte discusión con él y me echó a la calle a mí y a mi madre”-mientras contaba la historia volvía a escuchar-“siempre lo dejas todo hecho una porquería, que asco que me das”-tragó saliva y sonrió.

Antes de llegar al almacén las luces empezaron a vacilar, la mujer empezó a estremecerse y salió corriendo, el hombre de mediana edad la detuvo e intentó calmarla, pero la mujer se hecho en el piso y rompió a llorar balbuceaba-“vaya sangría, vaya sangría”, Julio por fin decidió ver que interruptor podría estar fallando y los dejó a mitad de camino.

Alcanzó a ver los interruptores y estaban manchados de sangre, no podía creer lo que veía, una vez pudo prender y apagar las luces lo vio con claridad, en la pared había restos de sangre.

Julio volvió a toda velocidad pero no había rastros del hombre de mediana edad ni de la mujer, se dirigió entonces al almacén, y encontró a la mujer tendida en el suelo con la cara tapada con una manta, se preguntó por qué el hombre la había dejado allí tendida sola, con la cara tapada. Entonces sintió como lo cogían por detrás con fuerza, intentó liberarse pero no pudo, con un impulso dio un cabezazo con a quien lo tenía por detrás, sintió que la cabeza le iba a estallar, pero parece que acertó a su atacante, pues sintió que le sujetaban con menos fuerza, dio un cabezazo más, tan fuerte que lo dejó mareado, pero pudo soltarse, pudo escuchar como el hombre de mediana edad soltaba maldiciones y repetía: “no vas a tener mis órganos, ¡te voy a reventar!”, Julio vio como cogió un martillo cercano y a duras penas pudo esquivar el golpe, y otro, antes de poder poner distancia suficiente entre su atacante y él, Julio sólo pudo decirle-¡Sr, soy yo!, ¡No soy ningún puto chino!, pero el hombre estaba ciego de ira, Julio corrió tras una estantería y la empujó para que cayese sobre su atacante, el hombre era más grueso que Julio, y doblaba su fuerza, pero la estantería fue lo suficiente pesada como para hacerle tropezar. El hombre soltó un grito de dolor pero no parecía disminuir sus ganas de atacar, Julio cogió lo que tenía más cerca y lo golpeó con ello, resultó ser un martillo, golpeó incluso hasta que el hombre dejo de moverse.

Se acercó a la mujer sólo para confirmar sus terribles sospechas, tenía la cabeza reventada, igual que el africano.

Salió del edificio por la parte trasera, aún se notaba un poco de la mancha que estuvo limpiando,  al levantar la vista se quedó sin palabras, la berlingo estaba justo delante de los arbustos, Julio tenía un poco de dudas, pero se acercó y desactivó el seguro, al abrir la puerta se sentó en el asiento del conductor y respiró hondo, pensó en cómo habría llegado la Berlingo hasta ese punto, quizá el Hombre de mediana edad la hubiera movido, pero con qué motivo, daba igual, tenía que salir de allí, pero un presentimiento le decía que abriese el maletero, se bajó y se dirigió al maletero, en él se encontraban los dos asiáticos, ambos con el cráneo reventado, todos de la misma manera.

Julio corrió lo más deprisa que pudo, aún estaba oscuro, pero empezaba a clarear, no sabía hacia dónde corría, pero no quería estar allí, no supo por cuanto tiempo corrió pero cuando pensó que ya se había alejado lo suficiente se detuvo, de repente todo su cuerpo se estremeció y vomitó, está vez con mucha violencia, tanta que pensó que todo su interior le saldría por la boca, luego de eso, las fuerzas poco a poco le fueron abandonando el cuerpo hasta que perdió el conocimiento.

¡Celebrate good times come on! – Julio se preguntó si tenía realmente canciones de Kool and the Gang, se despertó en su cama, sintió que le dolía todo el cuerpo, pero estaba feliz de que todo hubiese sido un sueño. Se levantó y todo seguía en su sitio, su vaso con agua, su Nokia antiguo, salió del cuarto y el sol aún estaba brillante, pero en vez de encontrar un plato de comida y una nota, encontró a su madre sentada en la silla, sonriente le dijo: “ya pensaba que no te levantarías a hacer la compra, bello durmiente”- al verla le dio Julio corrió a darle un abrazo muy fuerte.

La televisión estaba encendida y estaba en el canal de noticias, entre noticias de guerras en países distantes y políticos corruptos, la madre de Julio le dijo que si quedaba alguna manzana, Julio fue a la cocina y vio que no quedaba ninguna, recordó que se llevó la última, pero no se la había comido, así que volvió a buscarla, debería estar dentro de su mochila, mientras buscaba en las noticias se escuchaba:  “ésta madrugada se encontró en un edificio abandonado una furgoneta Renault Berlingo abandonada que contenía cinco cadáveres todavía no identificados, al parecer fueron torturados y desfigurados con lo que podría ser un martillo”.

En ese momento Julio se dio cuenta que dentro de su mochila no había ninguna manzana, sólo un martillo con sangre seca y poco a poco llegaron a su mente las imágenes, cómo con el martillo golpeó a los asiáticos al terminar de comer, escondió sus cuerpos entre los arbustos, luego subió al edificio y golpeó al africano, cuando el hombre de mediana edad le dio las llaves, movió la Berlingo hacia el otro lado del edificio, después golpeó a la mujer y el hombre de mediana edad lo había descubierto. Después metió todos los cuerpos en la Berlingo y volvió a casa, antes de que saliese el sol.

Salió de la habitación mientras su madre le daba la espalda y ella le preguntó:-“hijo, ¿qué significa esta nota que me dejaste anoche?”- y le alcanzó un papel que decía: “HOLA MAMI, PERDÓNAME, PERO CREO QUE LO VOLVERÉ A HACER”.

-“siempre lo dejo todo hecho una porquería, que asco que me doy”-resonó en su cabeza, a la vez que miraba a su madre y decía con una sonrisa sincera, “nada madre, que creía que me quedaría dormido”.